
El Yo de Jim
El Yo de Jim se encontraba básicamente constituido por su lado intelectual, dejando poco o casi nada al emotivo, aunque la mayor parte del tiempo, sobre todo después de la fama, pocas veces era puesto en práctica. Lo cierto es que la inteligencia del Morrison sobrio siempre destacaba por entre la de los demás y, por contradictorio que pudiera parecer, generalmente se acompañaba de maneras amables y consideradas. Personas muy cercanas al cantante, como Paul Rotchild, todavìa recuerdan algo de esto: "Era muy difícil trabajar con él, pero cuando estaba sobrio era el ser humano más brillante y mejor articulado que he conocido. Era alguien letrado, perceptivo, sensible. Pero le dabas tres tragos y se convertía en un monstruo. Era como Jeckyll y Hyde".
Un factor que, aunque de manera un tanto deficiente, logró amarrar a momentos el Yo de Morrison a este mundo, fue el amor intelectual-sensitivo que prodigó a Pamela Courson, su amante cósmica, hasta su muerte en parís. De alguna forma Jim nunca se deshizo de esa groupie rubia y de moral extremadamente distraída, por el simple hecho de que a veces era lo único que seguía atándolo a la realidad y, tal vez, porque era la única persona que en verdad soportaba todos sus desmanes. Finalmente ella fue la única que tocó su cuerpo frío en un amanecer siniestro. Apenas cuatro años después, Pamela también bailaría con las sombras.

El Súper Yo
Sobra adentrarse en el tema. El hablar de cosas que el nuevo Dionisio no dijo o hizo por considerar que atentaban contra su propia moral, a estas alturas podría considerarse como un invento surgido en surrealistas noches de insomnio. Sin embargo el Rey lagarto, como cualquier mortal sometido al arduo psicoanálisis, también poseía un Súper Yo; mínimo si se quiere considerar así, pero había una parte de él en donde se encontraban guardados los últimos restos del James Douglas Morrison que alguna vez fue.
Resulta sumamente llamativo que dentro de esa escala de rockstar lunático, poeta incomprendido y hedonista insalvable, existiesen dos cosas que para Jim eran prácticamente intolerables: el consumo de heroína y la homosexualidad. No hay más que decir.

El Ello
¡Te pasaste, Morrison! ¡Me cae! Me parece increíble que te hayas atrevido a hacer una cosa así. Sí, ya sé que no hay una foto que pruebe que mostraste tu miembro en público, pero el siquiera simularlo... y en Miami... ¡de verdad no sé en qué estabas pensando! Digo, cosas como orinar sobre las barras de los bares y espantar a los transeíntes mexicanos con tu mano haciendo de pistola son nimiedades, pero ya ves, al final no te pudiste controlar.
¡Hijo! Nada más con recordar lo de Miami se me hace el hígado chicharrón. Ya te había dicho que siempre me latió que movieras al público, que lo retaras, pero no tenías que llegar tan lejos. Por una cosa que parece tan estúpida nos dejaron de invitar al festival de Woodstock y, por si fuera poco, trajiste a cuestas unas denuncias legales que para qué te cuento.
Eso sí, que te quede bien claro, nunca tuve nada en contra de que te acostaras con tanta groupie, a fin de cuenats eran los sesenta y el SIDA ni siquiera se conocía. De hecho, me caía en gracia que tú y Pamela pudieran estar con cualquiera sin escenitas de celos. Bueno, sólo una vez, cuando te casaste en una ceremonia extraña con la periodista bruja esa... ¿Qué? ¿Ya se te olvidó? No te hagas, se llama Patricia Kennealy u hasta resultó embarazada, pero no sólo eso, en la celebración mafufa que tuvieron hasta bebió cada uno de su sangre. Lástima que abortó, a estas alturas ya habría un pequeño Jim comiéndose el mundo a cucharadas. Aparte del rollo de Miami, hay dos cosas que todavía no entiendo. En primer lugar, no sé por que tuviste que adoptar esa actitud tan egoísta con tu familia. Mira, ya sé que tu papá era un déspota militar que sólo te llenó de insultos cuando le comentaste que habías ingresado a un grupo, pero ¿qué hay de tu mamá y tus hermanos? ¿Tenías que ser tan cruel? ¿Tenías que cantarle esa línea de "The End" que dice: "Mother, I want to fuck you", directamente en la jeta la última vez que la viste? Sí, ahí, cuando estaba con tu hermano Andy en uno de tus conciertos en primera fila porque pediste que no los dejaran entrar a camerinos. Me pregunto si de verdad nunca volviste a pensar en ellos.

Mi segunda inquietud tiene que ver con el rollo de las drogas y tu muerte. Pero espera. Conque el cementerio Pêre Lachaise de París, ¿eh? Te rayaste, me cae. Eso de estar junto a Balzac, Proust, Rossini, Bizet y Chopin, entre otros, no cualquiera. Pero bueno, regresando a mi duda quisiera comenzar poniendo todas las cartas sobre la mesa. No, entiende, no estoy enojado contigo, no va por ahí. Ni te pongas en el papel de víctima. Bien sabes que nunca me opuse del todo a tu idea esa de expandir la mente por medio del ácido. De hecho, creo que algunas de tus mejores letras nacieron en la época en la cual más experimentaste con LSD. Me aventuraría in cluso a decir que pacheco eras un tipo bastante agradable, pero con el alcohol... ¡Uta! ¡Malviajabas a cualquiera! Te comió, amigo, no supiste controlarlo y de verdad cuando estabas pedo te convertías en una persona insoportable. Una vez que lo transformaste en tu aliado eterno, las cosas cambiaron demasiado: de ser un Adonis griego, de repente, tras una metamorfosis kafkiana de pesadilla, te miraste en el espejo barbudo, gordo y con diez años más encima. Ni siquiera se entienden las últimas líneas de los versos que declamaste en el estudio, justo cuando cumpliste tu último cumpleaños. Menos mal que tus compas rescataron lo posible para hacer An American Prayer, tu último legado sonoro. Me cae que eso es amistad.

Pero bueno, ya sé que ese tema del alcohol no te hace gracia, así que me limitaré a cuestionarte acerca de tu muerte y las extrañas circunstancias que la envolvieron. Pero antes que nada, vale la pena aclararte que para mí esas ondas de que sigues vivo, compartiendo una isla desierta con Pedro Infante, Elvis Presley y no sé quién más, se me hace una verdadera mamarrachada. ¡Nada más mírate! Estás más frío y pálido que un muñeco de nieve. No, hombre, a mí se me hace que los rumores ésos que el tal Jerry Hopkins ilustra en el segundo libro biográfico que hizo de tu persona, son lo que más se acerca a la verdad. Acéptalo, ya desde inicios de 1970 te la vivías veinticuatro horas en el agua y además estabas totalmente confundido, no sabías ni para qué camino jalar, así que se te hizo fácil aceptar la sugerencia de tu querida Pam y lanzarte a la ciudad de los poetas que tanto admirabas. Eso sí, a tu compañera cósmica le habías prohibido que se metiera heroìna pero, ¿quién demonios te iba a hacer caso, Morrison, si tú mismo andabas perdido en tu mini universo todo el teimpo? Y bueno, en una tarde en la que parecías más borracho y distraído que de costumbre, a tu amante cósmica se le ocurrió sacar la chiva y ponerla sobre la mesa.
-¿Qué es?- le preguntaste a la güereja. -Nada, sólo un poco de coca- contestó ella, muerta de miedo. ¡Uta! No te lo hubiera dicho dos veces. Todos sabíamo la forma en la que la cocaína te prendía. Si te hubiera sido posible, habrías metido la cabeza metida en una montaña de polvo blanco, como lo hizo Tony Montana en la película Scarface. Entonces hiciste rollito un billete de cincuenta francos y te clavaste do líneas. Lo malo es que no eras precisamente una persona medida y reiteradamente te estuviste metiendo heroína por la naríz. ¡Coño! ¿De verdad estabas tan borracho como para no notar la diferencia?
Y así pasaron tres día, querido Jim, con la tonta de tu novia sin decirte la verdad por miedo a que la regañaras mientras tú le jugabas al Pulp Fiction, sólo que no vivías un filme y no habría un John Travolta que te salvara con una inyección directa al corazón. Ya desde hacía mucho tiempo el caballo de tu Ello se había convertido en el líder de tu carroza y simplemente estabas pagando las consecuencias. Pero bueno, tampoco te voy a echar toda la culpa, ni acusaré completamente a Pam. Finalmente, ella fue la persona que más te lloró después. Según Oliver Stone, el búho había cantado más de una vez y el chamán regresó de entre los muertos por tu alma. ¿Pero quién se va a tragar esa pastilla de cliché hollywoodense? Tu muerte en realidad no fue bella ni iluminada por estéticas luces tenues. Moriste en la soledad absoluta y con una cubeta llena de vómito como la única compañera. Estabas muerto, bien muerto, pero ni siquiera así, imposibilitado totalmente para replicar mis tesis y mis ideas, puedes contestar alguna de mis dudas. Y eso... me llena de rabia.

Sin Jim Morrison, finalmente, la historia del rock and roll sería otra, una más necesitada, quizá, de monstruos y quimeras, de serpientes que devoran cerebros, de genitales expuestos, sumidos en la insana urgencia de guiarnos a la nada en un buque de crsital.
THIS IS THE END.
Jesús González
Jesús González
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